Hoy pensaba en aquel "Adiós
Lucía" que leí a través de la pantalla del móvil hace ya más de tres meses... no era un adiós de despedida como ya había leído, era un "hasta
luego" que ponía fin a una conversación que podía continuar en cualquier
otro momento, y sin embargo algo se me agriaba en la boca del estomago al
leerlo, quizás era porque llevaba más de un año sin cruzar una palabra real, de
esas con volumen y forma que salen de los labios de alguien y la escuchas ya
sea ante un café o tras un auricular.
Para mí aquel mensaje era prácticamente una
despedida: las circunstancias, el tener que parar y dejar morir algo que solo tú
estás reanimando, viendo como cuesta cada vez más mantenerlo vivo y, cómo el
esfuerzo, es cada vez mayor y cada vez más inútil.
No he vuelto a escribir a esa
pantalla que nos ponía en comunicación, ni una línea y ni un saludo como llevaba
haciendo los últimos años: manteniendo una conversación que si creí que se
podía mantener fue porque no quise ver que era a costa de acarrearla por mi
cuenta y riesgo.
Y a veces el riesgo, el precio,
es demasiado alto.
Eso, sumado a toda una existencia
que continúa sin cesar hacia delante, me hizo reflexionar sobre los amigos,
sobre las personas que nos acompañan en este viaje que todos realizamos… me
hizo pensar en la vida y, la verdad, no saqué una conclusión nueva, ni siquiera
clara, simplemente, y cada vez más, pienso que la vida puede ser como una
metáfora y cada uno tiene la suya propia; yo, por ejemplo, cuando pienso en mi
vida y en las personas que forman parte de la misma me gusta parafrasear, hablar de
ella como si fuese un barco y, en él, tus amigos son los que van contigo,
viajando y acompañándote allá a donde te lleve la corriente; no tienen por qué
ser tu familia de sangre, sino aquella que, de una forma u otra, ha acabado por
subirse a tu barco y que tú has elegido como tus compañeros de viaje.
Como en todas partes las personas
que te acompañan pueden ser de distintos tipos: pueden ayudarte a llevar el
timón de tu barco, a sortear las tormentas mojándose contigo para ayudarte a
dirigirlo lo mejor posible y que, si me apuras, no te ahogues en lo que a lo mejor solo es un baso de agua; pero también pueden quedarse sentados viendo cómo te apañas tu
solo mientras ponen esa cara de "conténtate con que por lo menos esté aquí y no haya saltado al mar"… que también
los hay, claro, en el extremo más negativo los hay que escapan y, como puedan,
se llevan el bote salvavidas con ellos y "anda y que te zurzan".
Si, haber hay de todo, y eso es
algo que nadie desconoce. Pero hablemos de los puntos intermedios, pues no todos
van en los extremos: ni todos te ayudarán a girar el timón ni todos se
dedicarán a hacer un "sálvese quien pueda" que te deje más frío que
la ola que se te viene encima. En las escalas están los que, tras la batalla
contra las olas, te preguntan qué tal te
ha ido la navegación, también están los que te ayudan a descansar una vez
terminada la faena e incluso los que te ayudan a recoger los pedazos de aquello
que la tormenta haya podido romper… y luego están los que solo sirven para
desconectar: los que cuando el mar está en calma y todo va bien montan una
fiesta en la cubierta… eso si, ojo con ellos, porque en cuanto empiece a llover, desaparecerán.
Todos sabemos quiénes son
nuestros segundos de a bordo, quienes nuestros cocapitanes, quienes los remeros
que nos ayudan a darnos impulso y a poder continuar nuestro camino.
Ghost ship. By Ramiandi |
Pero lo que todo el mundo sabe y
aprende bastante pronto es esa sensación de ir perdiendo gente… lo que es ir
parando en los distintos puertos a lo largo de la ruta e ir recogiendo gente
nueva que se sube a tu barco porque las circunstancias son las propicias,
mientras que otros se bajan porque las mismas no lo son tanto: se bajan cuando
cambias de rumbo, cuando tomas nuevas decisiones hay personas que deciden no
continuar su viaje contigo y así es como va uno perdiendo y sumando gente por
el camino, equilibrando el barco que, a veces, va más lleno y, a veces, más
vacío.
Lo que crea cierta angustia, o
vértigo, es no saber cuánto dura el viaje en el que esas personas que están
contigo te seguirán acompañando pues, ten cuidado no vaya a ser que gires demasiado rápido,
pues ello podría hacer tu cocapitán se alejase de ti y pase a ser uno más de los que, como mucho, preguntan
"¿qué tal?" después de la batida.
Todos conocemos esa sensación de desequilibrio, lo cansado que es ese cambio de tripulación, no sabiendo qué va a pasar, cuánto durará, los motivos por los que te acompañan, casi con miedo a descubrir que solo se han subido por puro interés y que todos tus esfuerzos no merecerán ni un "¿cómo te va?".
Todos conocemos esa sensación de desequilibrio, lo cansado que es ese cambio de tripulación, no sabiendo qué va a pasar, cuánto durará, los motivos por los que te acompañan, casi con miedo a descubrir que solo se han subido por puro interés y que todos tus esfuerzos no merecerán ni un "¿cómo te va?".
Cuán profundo es el mar, o si se
está cerca de las rocas… la niebla del mar, son cosas que angustian y más
cuando no tienes claro qué tipo de personas te rodean. Una de mis canciones
favoritas dice:
I never knew that everything was falling
through
That everyone I knew was waiting on a cue
To turn and run when all I needed was the truth.
But that's how it's got to be
That everyone I knew was waiting on a cue
To turn and run when all I needed was the truth.
But that's how it's got to be
"Nunca supe que todo se estaba
derrumbando,
Que todos aquellos a quienes conocía estaban
esperando
a darse la vuelta y huir cuando todo lo que
yo necesitaba era la verdad.
Pero así es como son las cosas"
Y así es como son, no hay más.
A veces me gusta adentrarme en lo más hondo, soltar el timón y acercarme al borde del barco viendo como lo engulle el mar, como el viento lo zarandea desequilibrando todo, me quedo ahí quieta viendo como las olas golpean y resquebrajan lo poco que queda en pie.
A veces me gusta adentrarme en lo más hondo, soltar el timón y acercarme al borde del barco viendo como lo engulle el mar, como el viento lo zarandea desequilibrando todo, me quedo ahí quieta viendo como las olas golpean y resquebrajan lo poco que queda en pie.
No
me importa hundirme... a veces hay tan poco que salvar que casi es mejor tocar
fondo, porque sé que de una u otra forma, mejor o peor, con más o con menos
gente, volveré a emerger y a continuar la ruta.
A veces es mejor parar y dejar
que pase, a veces es necesario aceptar que debemos hacerlo solos. La ruta no es
sencilla, la vida es complicada, no es nada nuevo, nadie que haya vivido un
poco se traga ya el cuento. A veces hacemos el mismo camino una y otra vez y
chocamos, encallamos e, incluso, naufragamos contra la misma roca, como si fuésemos
incapaces de aprender a manejar el timón como personas inteligentes… la razón es sencilla: cuesta
alejarse de lo que nos hace daño, y más si proviene de alguien cercano.
Como persona que se apega sin
razón a esa extraña sensación, casi como si fuese una droga, sé que es la
lección más dura: seguir el camino eligiendo, constantemente, caminos, desvíos
y personas… algunas de ellas nos provocan cierta ilusión de que somos
invencibles, de que podemos brillar, aunque muchas veces es solo eso: una ilusión, la serotonina producida por la
euforia del momento y el contacto con el otro; pero claro, llega un momento en
que aquello que nos ponía eufóricos deja de hacerlo y empieza a doler. Dicen que
esto no se supera hasta que has tocado fondo, pero… ¿cómo saber que lo has
tocado?
La eterna pregunta, lo sé, sin
embargo puedo decir que lo que vale es aprender que esa magnífica sensación, lo positivo,
no está ni proviene del otro, que es real, y así comprender que, por difícil
que sea, hay que rechazar lo que no es bueno para uno mismo, incluso en una
sociedad en el que la imagen propia (y que nos han vendido que solo existe si
se proyecta en el otro) lo es todo.
Como decía al principio no hay
conclusión posible o exacta, la vida nos lleva y nos enseña a dirigir el timón
lo mejor posible, a lidiar con todas las personas que habitan nuestro barco, a
aceptar el abandono, la perdida e incluso a lo necesario que es tener que encallar y tocar fondo
para poder continuar de nuevo, con más o menos destrozos.
Creo que la mejor conclusión que
tengo es que por muchas cosas malas e incluso horribles que sucedan el objetivo
no es tanto el hecho de ser feliz enfrentándose a ellas, sino vivirlas, sentir
esas cosas horribles y aceptar que no morirás por sentirlas, saber que por muy
pequeña que sea tu ventana el cielo sigue siendo igual de grande y que, qué
narices:
¿Quién dijo que no llegaríamos a Ítaca?
* Todas las imágenes de este post han sido obtenidas de las fuentes de imágenes de Internet
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