El proyecto de teatro joven cerró ayer su temporada en el Conde Duque con El señor de las moscas, perdiendo la poca inocencia que le quedó tras su representación de Fuenteovejuna el pasado noviembre
Como la última vez, cuando hice la reseña de Fuenteobejuna, obra clave del proyecto de Teatro Joven que se
desarrollaba en el Conde Duque a finales del año pasado, La Joven Compañía ha terminado
su temporada el pasado sábado 17 entre aplausos más que merecidos con su representación
de la famosa obra El señor de las moscas.
Una vez más este proyecto pretende recomponer el tejido cultural juvenil y acercar el teatro a los jóvenes con una interpretación fresca, con chicos entre los 18 y 25 años sobre el escenario y con una reformulación de las obras de siempre a un precio asequible.
El señor de las moscas que se ha
representado en tres semanas (del 25 de abril al 17 de mayo) es el tercer
montaje que aborda esta joven compañía con la versión que hizo Nigel Williams de
la obra original de William Golding. Ha sido la primera vez que esta versión se
realiza en España y el resultado ha sido excelente, interpretado con muchísima
fuerza por unos jóvenes que, si bien están aun formándose, ya demuestran una
gran pasión y amor por su bella profesión creando sin duda un producto final
profesional, con mucha fuerza y entereza de principio a fin.
La versión de Nigel Williams de la obra original, a pesar de su adaptación, mantiene intactos la historia y el mensaje de la novela original. Todo comienza cuando un avión lleno de niños británicos de distintos colegios se alejan de una Europa en guerra y de la amenaza de la bomba nuclear; sin embargo acaban estrellándose en una isla donde, sin ningún adulto, tendrán que aprender a convivir y a lidiar con las divergencias en torno a quién toma el mando. De esta forma los niños que llegaron, inocentes, a la isla se encuentran cada vez más, según va transcurriendo la representación, enfrentados a la batalla por el liderazgo y al abuso de los fuertes contra los débiles, en una espiral de violencia que no parará de aumentar hasta el momento cumbre de la obra.
En medio de la nada la razón de los niños se desvanece, sustituida por un
deseo de poder y de sangre unido a él que dominará las vidas de los personajes,
su comportamiento y la obra de forma global. Dejan de ser los niños que corren,
ruedan, trepan y ríen en las primeras escenas, libres, con el escenario como su
único espacio de juegos, para pasar a ser víctimas de la bestia imaginaria que
Williams Golding creó sobre el papel pero que se hace tremendamente real expandiendo
la sinrazón, la maldad, la crueldad y la destrucción entre los chicos.
Piggy, Ralph y Jack serán
principalmente los que pierdan de forma más abrupta su inocencia en el transcurso
de la historia, como parte de una vida arrebatada que hará que una parte de
ellos mismos se quede en la isla para siempre. Los demás niños no se
encontrarán con la bestia tan de bruces como estos tres personajes, aunque la
encontrarán en su camino en más de una ocasión afectándoles de distintas
maneras.
Lo que no se puede negar cuando
se ve interpretar al obra es que cada uno de los actores ha entendido e
interiorizado su papel de forma íntegra en esta novela juvenil llevada al
teatro que está plagada de enormes complejidades llevando un ritmo trepidante
que no cesa ni deja descansar al espectador, y mucho menos a los jóvenes que
están en escena, en ningún momento. Se nota que todos y cada uno de los actores
han comprendido el papel que representan, no como actores, sino como parte de
esta obra cargada de simbolismos que pertenecen al mundo de los adultos pero
que, vistos a través de los ojos de unos niños, crea aun más inquietud en torno
a ellos.
Los valores democráticos chocan
con los autoritarios en el juego de poder en el que los niños, sin quererlo,
quedan envueltos; de esta forma se ven representados a través de la caracola y
el poder de la palabra que otorga; a través del fuego, como instrumento pero
también como arma e incluso a través de la ropa, que también es simbólica, ya que se va
perdiendo a medida que avanza la obra y la civilización queda reducida a un
vestigio.
La interpretación es extraordinaria
y los actores no bajan la guardia en ningún momento a pesar del ritmo que
tienen que potenciar en todo momento. Tras haberles visto actuar en
Fuenteovejuna no sorprende tanta profesionalidad en cuerpos tan jóvenes, pero
sigue emocionando su fuerza y profundidad a la hora de llevar la interpretación
a escena.
Si es cierto que en algunos
momentos se ve un exceso de intensidad que puede derivar en una
sobreactuación un poco forzada, pero en general estos jóvenes logran una obra
atrevida y fresca, donde la tensión no pasa desapercibida.
Como la última vez
con Fuenteovejuna me parece que, a pesar de ser una novela juvenil, no debería
estar dirigida a gente tan joven como algunos de los que estaban entre el
público, ya que hay escenas de gran violencia que podrían chocar a un público
tan joven.
Si he de destacar interpretaciones de estos jóvenes me quedo sin duda con
Víctor de la Fuente, impresionante cómo se crecía el solo en el escenario en su
interpretación de Simón; también con
Raúl Pulido como Ralph, que encarnará
de forma muy acertada la dicotomía entre él y Jack, como los dos líderes enfrentados.
También Alejandro Chaparro
hace un papel estupendo, con unos cambios de rol que marcan la constante de su
personaje muy interiorizados y bien construidos, de forma que realmente choca
sus cambios de actitud; y por último pero no por ello menos importante,
impresionante también Jesús Laví, como Piggy, con una actuación más que
conseguida como ese punto clave de la obra de conciencia y razón ante la falta
de ella, siendo un personaje clave de la misma, pues sin él los valores
positivos de la civilización quedarían extinguidos en medio de la sangre y la
violencia. Por desgracia como todo lo bueno y puro en situaciones extremas es aniquilado por la maldad,
perdiéndose en la espiral en el momento en el que más se necesita de su buen
hacer.
Sin duda una gran interpretación para una gran obra que, gracias a la
colaboración entre el Conde Duque y la Asociación Jóvenes del Teatro, se hace
por y para jóvenes, para levantar conciencias sobre la sociedad y sobre el
teatro, ya que el proyecto que siempre busca obras cercanas a los temas
sociales, busca también luchar contra la desafección de los más jóvenes hacia
el mismo.
Por eso, si os habéis perdido esta gran obra, no os preocupéis, porque
vuelve al Conde Duque del 11 al 26 de julio con la Programación Veranos de la Villa,
dispuesta a seguir desatando a la bestia que lleva dentro e impactando a su
público.
Si queréis más información de este proyecto aquí os dejo su
página web. También tienen página de
Facebook, así como se les puede seguir en Twitter, y
podéis contactar con ellos a través de su correo: gestion@lajovencompania.com
Como ya se preveía con Fuenteovejuna, este proyecto sigue pisando fuerte, con las nuevas generaciones detrás de él como fuerza motor de empuje, para hacer resonar los escenarios como nunca antes los habíamos oído.
* Todas las fotos de este post han sido cedidas por La Joven Compañía
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