"Érase una vez un pueblo donde las noches eran largas y la muerte contaba su propia historia..."
Este es sin duda uno de los
mejores libros que me he leído, profundamente triste y tierno, tiene la
capacidad, como pocos, de robarte y romperte el corazón en mil pedazos usando
solo la tinta y las palabras.
Me ha costado mucho ponerme a escribir
este post desde que me terminé el libro, no sabía si quería volver a meterme en
sus páginas y traeros lo mejor de él conmigo (que es muchísimo) para animaros a leerlo, si es que
no lo habéis hecho ya.
Todo empezó, como las buenas
historias, hace ya mucho tiempo, estando yo en Burgos a pesar de vivir en
Madrid, huyendo un poco de la rutina y de la sinvergüenza de la vida, que, como
canta Ismael Serrano, a veces tiene el mal gusto de seguir su curso sin contar
conmigo; y así estaba yo, fuera de rumbo o en una encrucijada, según se mire, así que una amiga me acogió allí en aquella preciosa ciudad. Allí dormí con la cabeza mirando hacia su biblioteca personal, y así fue como descubrí dos libros: La soledad de los números primos (del cual ya os hice la reseña hace tiempo) y La ladrona de libros. Ambos me fueron recomendados fervientemente
y yo, sin dudar, me los apunté.
El primero me lo leí, pero el
segundo lo fui posponiendo hasta que o no, tragedia, anunciaron la película; yo
quería ir a verla pero no sin haberme leído el libro antes, así que esta
navidad me lo pedí junto a otros tres amigos de papel como regalo de reyes,
aunque llegué tarde, porque la película se estrenó pocos días después de estos.
No fui a verla, obviamente, me enfrasqué en las páginas que la muerte narraba y
dejé que me contase su historia, la suya y la de Liesel, así como la de todos
los que la rodean, la historia de la Segunda Guerra Mundial y de sus estragos…
solo puedo decir que a día de hoy aun no he visto la película.
Es posible que lo que llame la
atención del libro desde la primera página sea el peculiar narrador: la Muerte,
que nos cuenta lo que ocurre desde su punto de vista, como ese ser que avanza
sin descansar llevándose las almas de todos con los que se cruza y que les ha
llegado su hora; observadora incansable del mundo que la rodea la Muerte, como
ser sobrenatural que todo lo ve, consigue llevarse con sus palabras el alma del
lector que, enamorado de cada línea, seguirá a todos y cada uno de los
personajes que ella describe, todas y cada una de las vivencias, de los
detalles, dejándose atrapar por ella.
Y no es una historia cualquiera,
es una de las pocas que merece ser contada, según confiesa la propia narradora, una
historia que contiene la vida de muchas personas, pero todas ellas serán
guiadas por Liesel que, como un hilo conductor, nos permitirá ver su
vida en la Alemania Nazi durante la Segunda Guerra Mundial, con sus aventuras
y desventuras y donde, ante todo, descubrirá el poder de las palabras.
Serán
las palabras las que den el poder a Liesel de ver el mundo de una forma
distinta, determinando su relación con él y con las personas que la rodean, las
cuales marcaran su vida al igual que ella será fundamental en la de los demás.
Las palabras traerán luz a Liesel
en una de las épocas más oscuras y tristes de la Historia, le darán valor y
esperanza, así como alegría, pero sobretodo, le darán la capacidad de
expresarse, dejando un reguero de tinta que la Muerte va siguiendo, llevando de
la mano al lector por él.
Lo mejor del libro es su
sencillez, la capacidad de su autor para contar una historia íntegra, con todas
sus
luces y sombras, desde el punto de vista de los civiles que pertenecían a un bando que ha sido catalogado como uno de los más crueles de la historia y, aun
así, no recargarla ni hacerla pesada, dejando la guerra en sí misma como el
marco de todo lo que va sucediendo.
Es por ello que la inocencia de Liesel se
percibe como una voz propia a pesar de la voz de la narradora, permitiendo que,
a pesar de todo el horror de la época, de la tristeza, de lo oscuro, se perciba
la belleza que la pequeña niña nos lleva a vivir con momentos cómicos y tiernos
junto a su familia, sus vecinos y sus amigos.
Sin embargo, por algo cuenta la
historia la Muerte, también tendrá momentos tristes y dolorosos que se van
desvelando poco a poco y que, aunque no se quieren creer, sientes en el fondo
de tu ser, mientras lo lees, que van a ocurrir. Es la crudeza de la tristeza lo que hace que, junto
a todo la ternura que desprende la historia, el relato sea completo, llegando
hasta lo más profundo de cada uno de nosotros.
Los personajes están
perfectamente construidos, todos y cada uno de ellos se hace su hueco en el lector;
no os quiero desvelar nada porque merecen la pena cada uno de ellos: los padres
adoptivos de Liesel, su mejor amigo Rudy al que es imposible no querer a través
del papel, y, por supuesto Max, el chico judío que da la vuelta a la vida de
Liesel y a la de su familia y, por supuesto, a la historia; sin él no podría ser
ni meramente similar a como es. Pero no quiero hablaros más de ellos, me
gustaría que lo leyeseis y os enamoraseis vosotros de sus cualidades, de sus
capacidades para dar a las páginas de papel un sentido como hacía mucho que no
encontraba en un libro.
Creo que La ladrona de libros es
el ejemplo perfecto de cómo un libro puede hacerte trizas y a la vez mantenerte
unido por dentro, tratando de convencerte a ti mismo de que es solo un libro.
Hacía mucho tiempo que un libro no me cambiaba el humor, pero lo cierto es que cuando
me lo terminé lo único que quería era quedarme en la cama, tumbada. Supongo que
es parte del poder de las palabras.
Imprescindible, realista, triste
y enternecedor, es un libro que merece ser leído y valorado por todo tipo de
públicos; quizás yo no lo recomendaría para almas sensibles… pero aun así, aunque seas de esos a los que se
le humedecen los ojos con los detalles de la vida o de esos a los que se les escapa
de vez en cuando alguna lágrima sin su permiso, yo te animo a que lo leas, es
simplemente perfecto.
* Todas las imágenes de este post han sido obtenidas de las fuentes de imágenes de Internet.
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