El sábado
pasado, día 18 de julio, se puso fin sobre el escenario del Conde Duque a las
cuatro únicas funciones que La Joven Compañía realizó de su obra Punk Rock a
través de Los Veranos de la Villa. La obra se representó durante noviembre de
2014 aunque yo no tuve oportunidad de ir y consiguió atraer a más de 7.500 personas
en las 33 funciones que realizaron, y no es para menos.
El talento de
estos jóvenes, menores todos de 26 años, no deja de sorprenderme. Desde su
primera obra con Fuenteovejuna, así como la tremenda fuerza desplegada con El Señor de las Moscas, ya os venía contando el enorme trabajo y las perfectas
interpretaciones que se realizan en ellas…
y es que La Joven Compañía ya se ha hecho un nombre, un nombre bien
merecido, y se hace eco entre los amantes del teatro que no dudan en llenar las
salas cada vez que sus jóvenes actores pisan los escenarios.
Punk Rock
empieza impetuosa desde el primer momento, con canciones que poseen mucha
fuerza, entre las que destacan las de Linkin Park, y que ya predicen el ritmo
que va a seguir la obra. Desde el inicio se nos presenta un ecosistema pequeño:
una sala de un instituto donde un grupo de jóvenes se preparan para los
exámenes finales que harán posible que llegue el futuro que, algunos de ellos,
desean y, otros, no saben afrontar; de esta forma veremos como el
enfrentamiento con el futuro inmediato y con asumir el control de sus vidas,
sumado a la presión del sistema educativo, de la familia y del grupo social que
les rodea, hará que se desaten comportamientos fuera de la norma que se desencadenan
en violencia, angustia y la frustración propia de los jóvenes.
Más cercana de
lo que nos gustaría para muchos de los que estábamos viendo la obra (así como para
los propios actores), que por edad aun recordamos las experiencias vividas como
adolescentes, la oscuridad de la obra va llenando el escenario poco a poco y llegando
hasta los espectadores que estábamos allí, conformándose en un violento, pero
bello, texto que plasma a la perfección la brutalidad y el miedo adolescente.
De este miedo
es desde donde surge la profunda oscuridad que se extiende y que va marcando el
brutal desenlace que será la cumbre final; todo mientras los jóvenes actores
clavan los papeles asignados configurando ese ecosistema donde la necesidad de
ser uno mismo, contrapuesta con lo que se espera de nosotros, se convierte en
un bucle que nos descompone y del que tenemos la imperiosa necesidad de
escapar, al precio que sea.
Un texto
imperioso, genial y que hace que nos asomemos al abismo de nosotros mismos,
propio de uno de los dramaturgos más brillantes, Simon Stephen, que con Punk
Rock sabe retratar a los jóvenes de nuestros días, con todas sus inquietudes;
también es capaz de plasmar los grandes males de este mundo, forjados en ese
futuro que se escapa como agua entre los dedos y más cuando se intenta alcanzar
en medio de un ecosistema educativo que solo dibuja un futuro difuso.
La joven
compañía trae consigo esta obra que hasta ahora nunca se había interpretada en
castellano y la borda con unas interpretaciones magníficas que hacen brillar un
texto, ya de por sí, rico en matices y que deslumbra por sí mismo. El texto es
pura energía juvenil, quizás por eso a los actores les encaja como un guante.
En esta obra
todos los personajes cargan sobre sus hombros un peso importante del argumento,
haciendo posible que se llegue al desenlace final, por ello sería imposible
destacar a unos sobre otros sin que la obra perdiese su sentido. Sin embargo, personalmente,
debo subrayar el peso principal que llevan Víctor de la Fuente y María Romero
como los intérpretes de William y Lilly; tanto por sus magnífico trabajo como
por la forma de evolucionar a lo largo de la historia, forman el dúo que hará
que la obra sea vibrante en los actos donde se encuentran solos. Víctor de la
Fuente, que ya ha demostrado ser un actor como la copa de un pino en sus
representaciones anteriores, se sale de lo esperado con su interpretación siendo
capaz de adaptarse a la perfección a los cambios que va sufriendo su personaje.
Impresionante
también el trabajo que realizan sobre el escenario Samy Khalil interpretando a
Bennett, a quien realmente podemos llegar a odiar como maltratador y abusador
potencial de sus compañeros; y también la interpretación de Álvaro Quintana en
su papel de Chadwick, quien llevará la enorme carga de ser el chico maltratado
física y psicológicamente, aunque nos dará más de una sorpresa de entereza,
aguante y rebeldía.
Poco a poco la
carga de emociones se va haciendo más y más fuerte hasta que llega el estallido
final, para el cual los siete jóvenes juegan un papel vital. Una obra
fascinante, desagradable en ciertos momentos por lo que estamos viendo, y que
generaba una tensión entre el público que hacía que casi se pudiese cortar el
silencio con tijeras: nadie hacia ni un ruido, pendientes todos, con los ojos
clavados, en lo que sucedía sobre el escenario.
En definitiva:
un trabajo escénico increíble, con una carga importante puesta en el equipo de
iluminación y de sonido que hacen posible crear esa tensión y esa psique que
embruja a los que estamos viendo la obra. Mentiría si no dijera que me
encantaría volver a verla, es una obra que a todos, con mayor o menor cercanía,
nos toca y nos golpea como un mazo, haciéndonos retornar a esa edad donde el
dolor, el miedo por el futuro incierto, los extremos opuestos de los
sentimientos y la esencia de la vida se plasman como un espejo del que no
podemos salir hasta que los tremendos, y más que merecidos aplausos, rompen el
silencio en el que se había sumido la sala.
Muy recomendable que os acerquéis a verla si vuelven con ella a los escenarios, pero sobretodo
que sigáis el trabajo de este pedazo de equipo que se reúne bajo el nombre de
La Joven Compañía; no decepcionará ni al más exigente.
*Todas las imágenes de este post han sido obtenidas de las redes sociales y página web de La Joven Compañía
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