lunes, 16 de noviembre de 2015

HIJOS DEL MIEDO


Yo no lo sabía. Estuve trabajando toda la tarde, de 15:30 a 22:00.

Yo no lo sabía. No me enteré hasta que llegué a casa casi a las once de la noche.

La primera señal la leí a través de twitter con un tuit que decía algo así como "París cierra sus fronteras y declara el estado de alerta".  Y yo pensé en los refugiados, aunque al final no estaban relacionados con el tuit, pero no le di importancia.


Yo no lo sabía. Estaba cansada y solo quería preparar la comida del día siguiente e irme a la cama.
Yo no lo sabía, pero el televisor sí porque interrumpió la malísima película que tenía puesta de fondo para dar el bombazo.

Conmoción, tristeza y miedo.

Yo no lo sabía, y mi pareja tampoco. Me había venido a buscar después de trabajar y nos habíamos pegado con el tráfico para llegar a casa. Los otros coches tampoco parecían saberlo, ni el policía municipal que ponía multas a todos los que estaban aparcados en doble fila.

Los semáforos tampoco lo sabían, pues seguían marcando y dirigiendo el tráfico como si no pasara nada.

Por supuesto los niños que se maravillaban con los colores de mis bombones tampoco lo sabían; felices en los brazos de sus padres o en sus sillitas y carros, se relamían pensando en el chocolate.

Tampoco los padres, que tranquilos hacían sus compras hasta la hora del cierre, sin saber que en un centro comercial francés se había abierto fuego con un tiroteo a sangre fría.

Tampoco los clientes de mi pareja que cenaban hamburguesas en su local podían saber que en una terraza vecina dos individuos abrieron fuego a quemarropa en nombre de Alá contra los clientes que cenaban en ella.

No lo sabía, pero cuando lo supe me dio que pensar. Pensé en el centro comercial donde ese mismo día empecé a trabajar a tiempo parcial y en el restaurante donde trabaja mi pareja, pensé en mis clientes y en los suyos, absortos en el calor de la rutina sin saber que el cielo podría caérseles sobre sus cabezas; pensé también en la sala de fiestas a donde iré esta semana con más personas… y en el miedo de los que estaban en el concierto en la sala de fiestas Bataclan.

Podríamos haber sido nosotros, podríamos serlo. Me pongo en la piel de esas personas y a pesar de que se que no se puede controlar el mundo me quedo fría. Y es un frío más fuerte que el de las noches de invierno, más que el del aire cortante de primeros de año, más que el que sienten los dedos en contacto con la nieve. Es un frío que cala por dentro y que se te agarra al alma, que no se quita con las comodidades del primer mundo como la calefacción o una ducha caliente.

Podríamos ser nosotros, nuestros trabajos, nuestros lugares de ocio, nuestras familias… podríamos llegar a saber lo que es tener que dejar tu casa y huir por mar, andar kilómetros y kilómetros a la intemperie en busca de una paz, en busca de una seguridad y de un lugar donde, refugiados, nuestros hijos no tuviesen que crecer ni vivir con miedo. 






*Todas las imágenes de este post han sido obtenidas de las fuentes de imágenes de Internet

2 comentarios:

  1. El horror venga de donde venga es una tragedia. Es imposible no sentir desesperanza.

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    1. Tienes toda la razón Óscar, como siempre, y ninguna frase o palabra se acerca a lo que esta situación provoca. Un abrazo

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