Desde París han llegado a la
Fundación Mapfre de Madrid 84 obras maestras pertenecientes a las pinturas
académicas francesas de la segunda mitad del siglo XIX, ello ha sido posible
gracias al Museo de Orsay, que ahora permite al visitante de la Sala Recoletos
el disfrutar gratuitamente de obras de Alma-Tadema, Cabanel, Courbet, Gérôme,
Renoir o Bouguereau entre otros, hasta el próximo 3 de mayo. A través de ellos veremos reflejadas las bases
de la Pintura Académica: la corrección estilística, el dominio del dibujo sobre
el color y el equilibrio de las composiciones.
La exposición, bajo el nombre de
El canto del cisne, es la primera exposición que se realiza sobre este tema y
pretende analizar este último esplendor de la pintura académica, reuniendo esta
completa selección de una época en la que el Salón de París exponía, partiendo
de la tradición clásica, los dos grandes géneros de la pintura: La historia y
la mitología, seguidos por la religión, el retrato y los paisajes. La
exposición va pasando por los distintos géneros, organizada así con la
intención de mostrar las ambivalencias, los encuentros y las paradojas que se
generan dentro de la propia dinámica académica: la Antigüedad como modelo a
imitar y el estudio del desnudo, que pierden su carga moral y ejemplarizante
para convertirse en espejo de las preocupaciones y los deseos del hombre del
siglo XIX.
Su primera sección, bajo el
título La antigüedad viva, muestra la devoción de los artistas por la
antigüedad (como bien su nombre indica) de la Escuela de David, Herederos de la
misma ya no solo se aprecia en sus representaciones de héroes greco-romanos,
ejemplo de virtudes políticas o morales, sino que se acercan a un mundo más
real y cotidiano como se aprecia en obras como La pelea de Gallos, de Jean-Leon
Gérôme (imagen de arriba), pintada en 1846, o El Manantial, de Jean Auguste
Dominique (imagen de la derecha), pintado en 1820. Esta imagen es la ideal para dar
paso (aunque no forme parte de ella), a la segunda parte de la exposición: ¿Un
desnudo Ideal?
En ella y en otras obras como
muestra representativa de la sala se pretende mostrar cómo el estudio del
desnudo era la base del aprendizaje artístico y como, a mediados del siglo XIX,
se convierte en un género autónomo muy popular: Cabanel y Comerre juegan con un
cierto erotismo que demuestra que el desnudo sigue proclamando un ideal
estético y de belleza, utilizando el cuerpo (femenino y masculino), para narrar
historias.
Si tuviese que elegir de esta sección me quedaría con la
impresionante obra de Cabanel El nacimiento de Venus, (imagen de debajo) donde podemos ver como el
cuerpo casi aporcelanado de la diosa, recostada sobre el agua y como si se acabase
de despertar de un sueño, se pone en contraposición de los voluptuosos y carnales cuerpos
heredados de Rubens, además de que se aleja de las fuentes literarias y
modelos anteriores como sería la Venus de Botticelli.
También destaca La araña, de
Comerre, una obra ingeniosa donde la mujer aparece sobre una tela de araña que
solo será distinguible una vez se le preste atención al cuadro. En ambas obras
el cuerpo es el pretexto, pero realmente lo que se hace evidente es su ambigüedad,
y lo hace a través de la provocación que sugieren, suscitando, como no,
críticas entre los más conservadores pero, aun con ello, un enorme éxito
comercial.
En la siguiente sección Pasión
por la Historia de las pasiones exhibe una serie de obras provenientes de
1870, momento en el que tras unos años de cierto desinterés por este tipo de
arte, la pintura de Historia recupera su esplendor y busca representar fuertes
emociones, presentando episodios insólitos, dramáticos y ambiguos como es la obra
Herculano, 23 de agosto del año 79, imagen de debajo, que
Hector Leroux pintó en 1881.
En esta sección también
encontramos obras increíbles como la de La muerte de Francesa de Rimini y de
Paolo Malatesta (imagen de la derecha), pintada por Cabanel en 1870, que narra, de forma visual, la
muerte de un drama trágico descrito por Dante en la Divina Comedia.
También destacaría el cuadro Campaña
de Francia (imagen de debajo), una obra de 1814 que remite a uno de los últimos combates de Napoleón
antes del primer exilio, en ella Meissonier hace gala de su destreza como
miniaturista mostrando el lado más humano de la historia como es el hecho de
que no haya ninguna acción, solo la atmósfera de soledad con la que el
emperador dirige su caballo blanco con orgullo.
Pasando ya a la siguiente planta
para continuar la exposición encontramos El indiscreto encanto de la Burguesía:
el gran retrato propio de las cortes del Antiguo Régimen no solo no desaparece
durante el siglo XIX sino que vive su momento de mayor esplendor debido a que
la Burguesía lo ve como un medio que simboliza la importancia de su poder,
equiparándose a través de ellos con los monarcas del pasado.
Aún así en su repertorio
se dan ironías sobre las propias convenciones del género como es el retrato de
la famosa pintora de animales, Rosa Bonheur, a la que Dubufe retrata
sustituyendo al perro por un buey en obras como Retrato de la pintora Rosa
Bonheur junto a un bóvido (imagen de la izquierda).
El gusto burgués por el retrato
aportó al género una mayor sobriedad, además de que permite encontrar figuras
importantes en los mismos, donde la psicología del personaje resulta
fundamental para darle sentido al cuadro.
Entre todos los de esta sección a mi me llamó la atención el Retrato del marqués y de la marquesa Miramon y de sus hijos, pintado al detalle por James Tissot en 1865.
Entre todos los de esta sección a mi me llamó la atención el Retrato del marqués y de la marquesa Miramon y de sus hijos, pintado al detalle por James Tissot en 1865.
La siguiente parte, Reinventando
la pintura religiosa, proviene de la necesidad de generar un nuevo imaginario
social, lo que hizo que la pintura volviese a coger un carácter espiritual y
religioso por lo que, aunque la sociedad francesa del siglo XIX se va
haciendo cada vez más laica, la pintura religiosa conoce un momento brillante, como se puede apreciar a través de la obra de Bouguereau Virgen de la consolación (imagen de la derecha).
Los artistas reinventan un
repertorio antiguo que aun está en el recuerdo de su público, por lo que giran
su mirada hacia escenas del Antiguo Testamento donde hay dolor y drama; sin
embargo este a veces no es más que la manera de dar cabida a un cierto orientalismo
como se le reprochó a Cabanel debido a su obra Tomar (imagen de debajo), al que se le acusó de ser
demasiado sensual.
En Orientalismos: del harén al
desierto, se refleja la edad de oro del colonialismo, lo que permitió a los
artistas recorrer de forma segura el Norte de África, Egipto y Oriente Próximo a partir de 1860. El resultado son una serie de obras que configuraron un
género muy popular donde los artistas, ayudándose de croquis y fotografías al
natural, representan por una vez efectos que se deben a su contemplación
directa: la luz irradiante del sol africano, los espejismos del desierto o la
diversidad de vestimentas de los peregrinos de la Meca.
Efectos apreciables en obras como la
que os pongo aquí debajo: El Sáhara, pintado por Gustave Guillaumet en 1867.
El nombre de la sección proviene
de una generación de artistas que hicieron una reinterpretación del
orientalismo, como los herederos del romanticismo y desde la perspectiva de la Academia,
ofrecieron una vía de escape a las obras de siempre y el éxito fue redondo: los
espectadores cayeron rendidos ante los encantos que el imaginario del harén les
ofrecía, como es la obra La odalisca tumbada, de Benjamin-Constant, que se
ofrece al visitante con la misma provocación que ya hemos visto en la Venus de
Cabanel, aunque desde un punto de vista mucho más exótico e irresistible.
Aproximándose a los
paisajes con obras como la obra ya mencionada de El Sáhara entramos en otro
tipo de ellos: los Paisajes soñados, que en el siglo XIX surgen de una
recomposición de los elementos naturales idealizados en armonía con la escena
mitológica, representando un género que en modo alguno está agotado. Entre las
obras de este apartado para mi destaca La caza de Diana, de Böcklin (imagen de debajo), donde se
aprecia la afición por los temas mitológicos compuestos a partir de los
recuerdos del propio pintor.
En la siguiente
sección encontramos El Mito: la eternidad de lo humano en cuestión, donde el
visitante verá obras que plasman las inquietudes de los artistas por las
eternas cuestiones sobre el origen y el destino del hombre. De nuevo nos
toparemos, como se avecina con el nombre de la sección, con la pintura
mitológica, a través de ella el visitante verá como la pintura del momento hace
eco de la angustia de un siglo XIX que se acaba y que encuentra en dicho fin la
excusa perfecta para representar la barbarie, la melancolía y el desasosiego de
la sociedad en sus obras. Con estas premisas artistas como Danger con su obra
Calamidad representan la caída que se cree sufre la civilización occidental a
finales de siglo (imagen de arriba a la derecha).
También, en el
mismo estilo y de una forma inquietante, encontraremos obras realmente
agresivas como la de Dante y Virgilio, obra pintada por Bouguereau en 1850, con
la que el artista usa un episodio de la Divina Comedia de Dante en el que
describe la entrada de Virgilio y el propio poeta en el octavo círculo del
infierno , donde se encuentran los falsificadores; allí contemplan dos almas: las
del hereje alquimista Capocchio mientras es mordido en el cuello por Gianni
Schicchi, personaje real que vivió en el siglo XIII en Florencia, famoso por su
capacidad de suplantación de personas, y enviado por ello al infierno.
La penúltima sección
comienza bajo el título La transfiguración de la lección académica, nombre que
proviene de la llegada del cinematógrafo al periodo del Siglo XIX denominado
como Belle Epoque, lo que termina de cuestionar la rentabilidad económica y la
pertinencia artística de los grandes cuadros de la historia. Es así como una
serie de críticos y de pintores reunidos en torno a Pavis de Chavannes ven la
posibilidad de regenerar la pintura tradicional concentrándose en sus elementos
fundamentales: elevar el espíritu y hacer soñar al espectador cubriendo la
superficie con formas ideales y bellos colores. De esta forma encontramos obras como El adiós al
sol (imagen de la derecha), o la obra Los cantos de la noche (imagen de debajo), ambas del artista Osbert, que muestran cómo la importancia de
la perfección lineal en los cuerpos deja paso a la imposición del color sobre
el estilo.
Para terminar la
exposición se cierra con un apartado denominado Hacia una nueva mirada, donde
destaca la obra Los oréades del artista Bouguereau (imagen de la izquierda), que parece entonar el
verdadero canto del cisne de esta tradición académica: pintura refinada y
exquisita que termina en si misma poniendo un brillante punto y final a una de
las páginas más bellas de la historia del arte.
También destaca en
este espacio Renoir que, de vuelta al impresionismo, parece dispuesto a renovar
la tradición de la gran pintura acercándola a la época contemporánea con obras
como la que se expone: Las bañistas, pintada en 1919 (imagen de debajo). Así, más allá de sus
evidentes diferencias de estilo, estas dos obras constituyen los respectivos
testamentos de dos grandes maestros del siglo XIX que, en el albor de la época
contemporánea, afirman con alegría que el fin último de la pintura es otro que
el de ofrecer un canto a la belleza del cuerpo femenino en un paisaje arcaico en
la tradición de Tiziano y Rubens.
Y con ambos cuadros
se cierra una exposición que pone sobre la mesa ese último canto del cisne de
una pintura deslumbrante que morirá con la llegada de las vanguardias y que, a
pesar de la existencia de grandes problemas estéticos y de los debates
estilísticos de los inicios del arte moderno, pudo tener un último esplendor exponiendo
la antigüedad como modelo a imitar y el estudio del desnudo.
Una exposición
sobre cambios y sociedades que evolucionan, sobre un estilo determinado de arte
que va encontrándose al final de su ruta y que se deshilacha rápidamente pero
que, a pesar de todo, permite que surjan obras tan espectaculares como las que
ahora podemos contemplar en la Sala Recoletos. Si os es posible no os la
perdáis, merece muchísimo la pena y, como todo lo que organiza la fundación
Mapfre, no pasará desapercibida para sus visitantes.
*Todas las imágenes de este post han sido obtenidas de las fuentes de imágenes de Internet.
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