Con estos versos de Bécquer quería
empezar este post sobre, simple y llanamente, poesía. Para mí la poesía es
sentimiento, solo eso, es el lenguaje del alma y la mente combinados y hechos
palabras. Como lectora y escritora de poesía puedo decir que el poema es algo
muy íntimo y profundo que sale de uno como un pedacito de sí mismo,
heterogéneo, que se queda grabado en algo físico cobrando forma y cuerpo de una
forma completamente nueva llena de creatividad y vida.
Es curioso como la poesía
puede albergarse en lo más profundo el alma al aprendernos un poema, hacerlo
nuestro y ya no olvidarlo, como si las estrofas, los versos, las rimas, el
ritmo y la métrica de la misma fuesen una constante a seguir que nuestro
cerebro repite y nuestro corazón siente al decirlas a través de los labios
volviéndolas a dar vida, a sacarlas a la luz a pesar de haber sido escritas
hace años. Cuando el papel donde estaba plasmada originalmente ya se deteriora
y quiebra nuestros labios vuelven a abrillantar sus palabras con la humedad de
nuestra saliva y con el blanco de los dientes de nuestra sonrisa que asoma al
darnos cuenta de que nuestra memoria aun posee su esencia, porque ya es nuestro,
forma parte de nosotros, y siempre lo fue, desde el primer momento en que lo
almacenamos en nuestro pequeño rincón secreto.
Es curioso como no olvidas
nunca el primer poema que te aprendiste, yo por lo menos aun lo recuerdo, debe
haber algo en la forma en que lo entonabas, en la forma en la que lo recitabas,
en que lo recordabas... en cómo y porqué te lo aprendiste. Es curioso,
olvidamos muchas cosas a lo largo de la vida, pero aquellos poemas, para los
que nos gusta la poesía, que hicimos nuestros siguen ahí, como una fotografía
vieja que de vez en cuando sacamos del cajón para que la de la luz del sol.
El primer poema que yo me
aprendí y que aun recuerdo lo memoricé cuando tenía 9 o 10 años, es de Rafael Alberti, y me gustaba porque hablaba de flores, de un jardín, hablaba de senos
cuando ni siquiera yo sabía lo que era aquel término culto del pecho femenino,
pero recuerdo que sonaban tan bien las palabras en tan poco espacio de papel...
la sencillez le otorgaba una gran belleza. Es curioso porque yo recordaba el
título como Dialoguillo entre madre e hijo y, sin embargo era un poema
religioso: Dialoguillo de la Virgen de
Marzo y el niño; supongo que es curioso cómo aprendemos un contenido y
desechamos el envoltorio, cumpliendo con aquello que dice que "la belleza
está en el interior". Aquí os lo dejo que es muy bonito, aunque claro, era
un poema que nos pusieron en el colegio para esa edad por lo que no es muy
elaborado:
- ¡Tan bonito como está,
Madre, el jardín, tan bonito!
¡Déjame bajar a él!
- ¿Para qué?
- Para dar un paseíto.
- Y, mientras, sin ti, ¿qué haré?
- Baja tú a los ventanales;
dos blancas malvas reales
en tu seno prenderé.
¡Déjame bajar, que quiero,
Madre, ser tu jardinero!
Recuerdo este poema porque se
lo recitaba a mi abuelo cuando era pequeña, le gustaba mucho que se lo recitase
y ese buen recuerdo hizo que lo guardase con mayor cariño en mi memoria.
Sin embargo, a pesar de los
grandes poemas que los grandes genios escribieron y escriben para nosotros,
aquellos poemas que yo mejor recuerdo y que más significaron para mi fueron
aquellos que encontré en los libros que me leí durante mi infancia y mi
adolescencia. Hay dos libros muy significativos en mi vida, de los que ya os
hablé en la entrada Los libros de mi infancia, en los cuales encontré dos
hermosos poemas que nunca he podido olvidar y que siempre me han servido como
referencia para expresar mis sentimientos.
El poema que da nombre a la novela de El
príncipe de las mareas de Pat Conroy es un poema algo oscuro pero de una belleza
apabullante por la forma en que utiliza las palabras, por esa luz taciturna que
parece resurgir poco a poco entre las sombras de los versos. Es un poema que
habla de pérdida pero también de lucha y creo que por eso me gustó tanto, al
igual que el libro, porque, en una época mala de mi vida como fue mi
adolescencia, las palabras, eran de las pocas armas que yo tenía. No es un
poema alegre y no tiene flores pero, para mí, tiene la magia de esa profunda y
rara tristeza que sale de dentro y que, no se sabe cómo, infunde esperanzas:
Yo ardo en una magia taciturna
y profunda,
olfateo lascivia como una
garza en llamas;
todas las palabras las
convierto en castillos
que asalto luego con guerreros
de aire.
Aquello que busco no se obtiene
pidiendo.
Aptos son mis ejércitos, y
bien preparados.
Esta poeta encargará a sus
batallones
que conviertan sus palabras en
sables.
Al alba les demandaré belleza,
como prueba de que su
entrenamiento fue bueno.
Por la noche rogaré que me
perdonen
mientras los degüello junto a
la colina.
Mis armadas avanzan a través
del lenguaje,
destructores ardiendo en el
mar.
Preparo la isla para los
desembarcos.
Con palabras recluto un
ejército oscuro.
Mis poemas con mi guerra con
el mundo.
Yo ardo en una magia profunda
y sureña.
A mediodía los bombarderos
ruedan por la pista.
Hay quejidos y pena en las
grandes mansiones
y la luna es una garza en
llamas.
El otro poema se encuentra en
el libro de Querido Nadie, de Berlie Doherty, y para mí siempre ha sido el
reflejo del más puro amor.
Si he de pensar en un poema de amor me viene este,
corto, intenso, profundo y muy tierno, escrito por Yates con una hermosura que
solo las palabras escritas en verso pueden reflejar.
Si yo tuviera telas bordadas
de cielo,
tejidas con oro, con plata y
con luz,
transparentes telas de un azul
sereno.
De noche, de luces y de
amaneceres,
A tus pies pondría todos mis
tesoros.
Pero en mi pobreza, poseo tan
sólo
los sueños que ahora a tus
pies extiendo,
pisa suavemente, que pisas mis
sueños.
Este poema para mí ha sido
como un candelabro encendido en medio de la noche, creo que no habría mejor
manera para reflejar el darlo todo a la otra persona. De nuevo la hermosura de
la sencillez, bella y resplandeciente como tener un trocito de la luna en la
palma de tu mano.
Estos son los tres poemas que
quería destacaros, los que marcaron mi época de crecimiento personal y de amor
hacia la palabra escrita, tanto en prosa como en verso. El tenerlos juntos y en medio de la novela poder encontrar fragmentos
de una prosa tan intensa, hicieron que disfrutase todavía más de estas dos
grandes obras.
Como todo gran escrito, estos
poemas, en especial los dos últimos, y el significado que tuvieron para mi
hicieron de mi una persona quizá no diferente, pero si más libre y capaz de
expresar mis sentimientos con mayor fluidez. Hay algo realmente mágico en la
poesía, algo misterioso que a cada uno se le muestra y se le desvela de una
manera diferente (de ahí precisamente el misterio) pero que hace que nunca más
vuelva a ser el mismo, quizás porque ha quedado almacenado en su memoria o
porque al leerlo revive sentimientos y recuerdos que creía no tan a flor de
piel... no se sabe con certeza, pero lo que sí es cierto es que la poesía puede
cambiar la vida de aquel que le deja entrar en ella.
La poesía es ver las cosas a
través de los ojos de otros, es abrirte y disfrutar del sentimiento de llenarte
con palabras que son de otro pero que, de repente, son tuyas, es estar en tu
sillón y encontrarte en un paraje cálido o helado, o sentir la pérdida, o ver a
las golondrinas volar por tu ventana, es intimidad y es vida. Sin saber cómo se
forma en nosotros y llena los rincones que poseemos, yo al menos así me sentí
cuando vino y se instaló para quedarse.
Quería terminar como lo hago
algunas veces, citando a un autor, y en este caso no se me ocurre a nadie mejor
para nombrar que al gran poeta y dramaturgo español Federico García Lorca, quien
escribió:
"Poesía es la unión de
dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así
como un misterio"
Con vosotros he querido compartir parte de ese misterio
que tiene para mí, no desvelarlo del todo pues como toda magia perdería su
encanto, pero espero que os haya gustado.
* Todas las imágenes de este post, exceptuando la de la puesta de sol que ha sigo tomada por Alberto Oliva Rodríguez (A.O.R), han sido obtenidas de las fuentes de imágenes de internet
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