domingo, 1 de septiembre de 2013

PISSARRO EN EL THYSSEN Y BODEGA DE LA ARDOSA: ARTE Y GASTRONOMÍA EN MADRID


Es habitual, como dice mi pestaña de Arte y Gastronomía, hablaros de una cosa o de otra en mis post, sin embargo el otro día hice una salida con mis padres y tuvimos ambas cosas en el mismo paquete, lo cual fue una experiencia muy agradable. Fuimos a ver la exposición de Pissarro, en el Museo Thyssen, y tras ello, andando por la Gran  Vía hasta llegar a Fuencarral, nos paseamos por esta hasta la Calle Colón, donde encontramos la Bodega de la Ardosa, una bodega centenaria, de las que ya quedan muy pocas, fundada en 1892.



Respecto a la exposición de Pissarro decir que fue una verdadera delicia. La exposición se termina el día 15 de septiembre, en apenas unos días y la verdad es que merece la pena, aunque es un poco cara: 10 euros o 6 si se tiene el carnet joven o de estudiante. Por lo general yo no haría un post sobre una exposición que cuesta dinero, pues estoy a favor de la cultura gratuita al alcance de todos, pero como encontrar una exposición en las que se junten las obras de este autor es muy complicado porque están repartidas por todo el mundo, os hablo de ella para mostraros algunas de sus obras que esta exposición presenta.



La primera parte de la exposición se denomina Hacia el Impresionismo y se presenta con dos obras muy significativas: La paleta del artista con paisaje (imagen de debajo a la izquierda) y su Autorretrato (imagen de arriba a la derecha), ambos acompañados de un texto que dice así “«Humilde y Colosal» como lo llamó su amigo Cezanne es la figura fundamental del impresionismo y, al mismo tiempo, la menos reconocida de ese movimiento”. 

Con esa descripción que hizo Cezanne, su paleta y su autorretrato podemos hacernos una idea la magnífica obra que se nos va a presentar donde lo que se pretende es hacer una retrospectiva que se centre en el paisaje, tanto rural como urbano. 

Así, en esta primera parte, encontramos cuadros como del de Orillas del Marne (imagen de debajo), donde la forma de utilizar la luz y la perspectiva (teniendo en cuenta que son obras tempranas del pintor) muestran un adelanto de la genialidad y el tipo de pintura que vamos a encontrarnos en esta exposición. También hay más obras como La Varenne-Saint-Hilaire, otro ejemplo de su pintura al natural en lugares próximos a París y que son obras emparentadas con la escuela de Barbizon en las que se refleja la influencia de Corot (a quien conoció en 1857), Courbet y Daubigny.



La siguiente parte de la exposición se titula Louveciennes - Londres - Louveciennes (1869-1872), donde se nos presentará obras con un nuevo estilo impresionista que forjará junto a Monet con el que trabajará. 
Un año más tarde con la guerra franco-prusiana Camille se refugia en Londres donde tendrá influencias de otras obras como las de Turner y Constable. De esta etapa destaca el Camino de Versalles, Louveciennes, sol de invierno y nieve (imagen de la derecha).

Uno de mis cuadros favoritos de la exposición se encuentra en este apartado de la exposición y es El bosque de Marls, cuya profundidad y detalle de los bosques, unido al uso de las luces  y sombras hace de la obra una auténtica delicia de contemplar.



En la siguiente parte, Retorno a Pontoise 1872-1882, donde tras su vuelta a este pueblo cercano a París residirá allí con su familia y conseguirá un escenario donde se mezclan rasgos puramente rurales con un incipiente desarrollo industrial. Ambos componentes se reflejan en sus diferentes obras como Campo de Coles (imagen de la izquierda) donde, a pesar de la pincelada amplia y gruesa, se percibe perfectamente la forma de las coles al principio de la obra, también destacan La côte des Boeufsel Hermitage o El estanque de Montfaucault, imagen de debajo


Respecto al desarrollo industrial se ve en obras como las Orillas del Oise en Pontoise que plasman en el lienzo una composición de espacios de pintura casi abstractos por separado pero que en conjunto crean formas perfectamente reconocibles que se fusionan los colores dando lugar a obras como El Oise cerca de Pontoise, día nublado (imagen de la derecha). También aparecerán obras en relación a la vida de ciudad y de lo que se lleva a la vida industrial como con La joven criada, pintado en 1882 u obras donde se entremezclan las casas con el bosque como en el Sendero de la Raviniére, Osny de 1883 (imagen de debajo).


En Los campos de Éragny 1884 – 1903 se nos presentará a través de las obras la localidad rural que sería el último lugar de residencia permanente de Pissarro, allí su pintura se concentrará en los huertos y prados cercanos a su casa con obras como La casa de la Folie, atardecer (imagen de la izquierda), donde los principales protagonistas serán los árboles frutales; de esta forma encontramos varias obras sobre manzanos  como Manzanos en Eragny, otoño o Huerto, cielo nublado por la mañana, Eragny

En estas obras se pueden apreciar el puntillismo o neoimpresionismo, estilo que Camille puso en práctica por su deseo de renovación pero que abandonó hacia 1890. 

La siguiente y última parte de la exposición es En las ciudades, dividida en dos salas donde el espectador encontrará obras completamente centradas en el paisaje urbano como si Camille quisiera compensar su creciente aislamiento de los años campestres en Éragny. De esta forma en las dos últimas salas se recogen las vistas de ciudades como París o Londres entre otras y destacan obras como Los bulevares exteriores, efecto de la nieve (imagen de la derecha).

A partir de 1891, a causa de una enfermedad ocular, Pissarro no puede trabajar mucho tiempo fuera de casa y se ve obligado a pintar desde la ventana de su estudio o de las habitaciones de los hoteles realizando fascinantes obras como Rue Saint-Honoré por la tarde, efecto de lluvia (imágen de la izquierda),  El Louvre por la tarde bajo la lluvia o Pontde la Clef, Brujas, Bélgica. También encontraremos  series como las de Ruán  donde plasmará diferentes perspectiva de los puentes destacando obras como Pont Boieldieu y Pont Corneille, Ruán, efecto delluvia o Puente de piedra de Ruán, día nublado (imagen de debajo).

Termino de hablar de este gran genio remarcando la obra de El puente de Chaing Cross, de Londres, situado en la última sala y con la que me quedé un rato contemplando porque era verdaderamente genial; puede que fuesen los colores o el estilo de la pincelada, pero me pareció simplemente magnífica. Con ella me despido de este gran artista y preciosa exposición que me encantó poder visitar y os doy paso a la segunda parte de aquella bonita tarde.



Tras la magnífica visita que os acabo de narrar, y en la que estuvimos más de una hora, nos dirigimos a la Bodega de la Ardosa, una de las tabernas que, junto con otros pocos restaurantes, forman los lugares más antiguos de Madrid aun en funcionamiento. Aquí os dejo la página web que los reúne a todos y que, desde luego, aunque tarde tengo decidido pasar por todos para probarlos aunque solo sea una vez.

Esta taberna es muy pequeña, además de la barra tendría solo cuatro o cinco mesas (barriles) donde poder situarse a tomar algo. Estaba bastante lleno como parece ser habitual así que al principio nos tocó quedarnos de pie aunque, en un rato, pudimos sentarnos; es un lugar lleno de botellas en los estantes, con ese aire inconfundible de los lugares antiguos, lleno de diferentes lenguas pues suele ser típico que venga gente de fuera a probar sus especialidades. Estas son la tortilla de patatas, las croquetas y el salmorejo; son sus platos estrella y los pedimos todos. 

Las croquetas tienen de varios tipos y se pueden pedir en ración o por separado para poder pedir de diferentes clases, nosotros elegimos la segunda opción y pedimos cuatro croquetas: dos de cabrales (deliciosas y con el toque inconfundible de este queso), una de cecina y otra de bacalao; estaban todas deliciosas, aunque la más sosa fue, como ya me esperaba, la de bacalao.


Lo que estaba también riquísimo (tanto que antes de hacer la foto ya nos habíamos comido la mitad de cada uno) fueron los pinchos de tortilla española que, dicen, son los mejores de Madrid y la verdad es que no los he comido iguales en ninguna otra taberna o restaurante por lo que puede que sea verdad. Nos los pusieron con tres pintas de cerveza Urquell que pedimos estupendas también (ahí el mérito lo tiene la cerveza, por supuesto, aunque estaba muy bien tirada).

Por último y porque a mí se me antojó nos trajeron una tapa de salmorejo, en poca cantidad pero más que suficiente pues, como buen salmorejo, era denso e intenso. Mis padres la acompañaron de más cerveza y, a lo tonto y de picoteo, habíamos cenado.

Fue una experiencia muy agradable el sumergirse en el mundo del arte para después entrar en un lugar centenario que sigue intacto en el tiempo, comer comida típica de Madrid en pequeñas dosis y acompañarlo todo de una buena cerveza. No hay nada como el arte para alimentar el espíritu, pero si ya se puede acompañar de comida madrileña de primera calidad no tiene defectos la velada pues, siempre lo he dicho, el buen comer también es todo un arte. 



* Todas las imágenes de este post, exceptuando las de la Taberna de la Ardosa y con la que se presenta el post que han sido hechas por Lucía Berruga Sánchez, han sido obtenidas de las fuentes de imágenes de Internet. 

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